Los magdalenienses se instalaron espontáneamente en sitios que ofrecían espacios de vida que satisfacían sus necesidades básicas: a proximidad de un río, en un lugar protegido por una pared expuesta al sol lo que asegura calor y protección o en un sitio claramente identificado dentro  del paisaje (forma de un acantilado, a proximidad de una confluencia…)

El suelo de esos sitios, soporte de las diferentes ocupaciones, contiene informaciones muy valiosas con respecto del hábitat, de la cultura material así como también del medioambiente natural (residuos alimenticios, polen, carbón vegetal…) y de las condiciones climáticas (sol congelado, etc.)

El estudio de esos suelos permite un análisis espacial de las estructuras y de los vestigios. Ofrece también la posibilidad de dar cuenta de la contemporaneidad de las actividades (talla del sílex, curtido de pieles, confección de colgantes) vinculadas a esos vestigios. Los fogones representan estructuras importantes que tienen múltiples funciones (iluminación, calefacción, cocina)  y alrededor de las cuales se organizan las actividades y se estructuran las relaciones sociales.

Los anillos que se observan sobre las paredes y los bloques ubicados en el suelo, pueden haber sido utilizados para fijar pieles que protegían al abrigo y a sus ocupantes en contra de los rigores climáticos. Es posible que esos anillos hayan servido para delimitar a los grupos familiares o para dividir el espacio interior en zonas de diferentes actividades (alimentación, trabajo de pieles, lugar para dormir, etc.)