A pesar de los avances registrados durante los últimos años en el análisis paleo-ambiental, sigue siendo difícil dar cuenta del paisaje del paleolítico. El derrumbe del acantilado, la reducción de los tejadillos, el desplazamiento de los ríos y la erosión hacen que la cubierta vegetal ya no corresponda al paisaje magdaleniense.

Sin embargo observamos que para los periodos de ocupación de los abrigos magdalenienses, los estudios hacen referencia a un paisaje abierto y a un clima frio, similares a los que se registran en los países nórdicos actuales.

A diferencia de la arqueología del paisaje del periodo medieval, observamos que en el caso del estudio de los periodos remotos que aquí nos interesan, las evidencias que uno puede detectar en el paisaje se limitan a los elementos atrapados en los sedimentos de los suelos. En ese sentido, las representaciones parietales representan un testimonio único de la fauna de la época ya que algunos sujetos resultan ser típicos de un periodo frío (antílope saiga). Aunque los Magdalenienses no han entregado una imagen fidedigna de su medioambiente, las especies que componen su universo simbólico remiten sin lugar a dudas a ese contexto. Esas representaciones nos permiten vislumbrar cuales eran los ecosistemas de la época, más aún si uno complementa esta información con los datos entregados por los restos de fauna encontrados en los hábitat.

Además de representar la fauna que lo rodeaba, el Hombre magdaleniense buscó dejar su huella en el paisaje mediante la realización de esculturas monumentales en los abrigos naturales.