El domingo 18 de diciembre de 1994, en el circo de Estre, Jean-Marie Chauvet llevó a dos de sus amigos, Éliette Brunel y Christian Hillaire a los barrancos: una ligera brisa de aire que salía de un pequeño agujero al fondo de una cueva les llamó la atención y decidieron salir de dudas. La afición de los tres por la espeleología les había llevado a realizar descubrimientos y primeras exploraciones. Atardecía y penetraron en la pequeña oquedad, ya conocida y situada muy cerca de un camino de senderismo. Pero se dieron cuenta de que detrás de los bloques caídos había algo, sin duda, y se pusieron a escarbar, consiguiendo abrir un pasadizo por el que se metieron. Terminaron por llegar a un pozo oscuro, pero como no tenían el material necesario para proseguir, volvieron a los vehículos, ya de noche, a coger lo indispensable; luego de dudar volvieron a su descubrimiento. Bajaron por una escala de espeleología y descubrieron una amplia sala de techo muy alto y llena de magníficas concreciones que brillaban. Continuaron en fila india hacia otra sala, igualmente amplia, admirando la belleza geológica inesperada a su alrededor. Observaron también la presencia de unos huesos de animales. Recorrieron la cavidad y, al volver, Éliette vio en el haz luminoso de su luz frontal un pequeño mamut de ocre rojo: “¡Estuvieron aquí!”, gritó, y, a partir de ese instante observaron detenidamente todas las paredes, descubriendo centenares de pinturas y grabados. 

Su vida dio un vuelco. De vuelta, en casa de Éliette, contaron su aventura a su hija, que no les creyó, obligándolos a volver a la cueva. Eran más de las nueve de la noche y a pesar del cansancio y de las emociones, cedieron. Descubrieron más cosas y salieron maravillados, claro, pero intranquilos por la responsabilidad que se les venía encima. El sábado siguiente, víspera de Navidad, decidieron proteger el suelo cubriendo sus huellas con un plástico, materializando así un camino sacrificado que, a partir de ese día, será el que todo el mundo seguirá.

Después de haber inscrito la cueva, Jean-Pierre Daugas, Conservador del Patrimonio de la Dirección general de asuntos culturales de la región Ródano-Alpes, lo notificó a Jean Clottes, por entonces consejero científico del Ministerio de Cultura francés y especialista en las cuevas decoradas para su autentificación. El día 29 de diciembre de 1994, conducidos por los descubridores, se organizó una expedición.

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