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La obra del artista plástico Ernest Pignon-Ernest se puede contemplar en las calles de algunas ciudades: Nápoles, Sudáfrica, Lyon o París han conocido ya sus instalaciones. En Francia es pionero en el arte urbano; realiza serigrafías, dibujos a lápiz negro, pinturas que pega en paredes, puertas o escaleras y se fusionan con la arquitectura. 

“Cuando alguien crea una imagen primero la expone a los demás y luego a sí mismo. La persona ya no está y al mismo tiempo sí que está. Para esta persona, realizar la imagen es como un renacer. Es como si desde allí hiciera una señal: se afirma como individuo, es decir que realiza una imagen dentro de la colectividad y para los otros. Dice “soy una persona”. Es como la mano, un signo de la mano.

Los humanos del Paleolítico consiguieron hacer nacer las imágenes de la roca misma utilizando la mínima fisura o la mínima curva de la roca. Es como si el animal naciera a partir de esa roca, como si, potencialmente, estuviera allí. A veces – y es el caso del caballo del fondo – es como si los animales salieran de las profundidades. Siempre está esa idea. Desde ese punto de vista, lo sagrado está presente. 

Lo fuerte, lo preocupante, es quizá cuando no hay dibujo. Simplemente, al rascar la roca, esta se convierte en mamut: es casi una escultura. Y nos dicen: “Mirad, esos animales están ahí, potencialmente están ahí.”