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Durante el largo período de frío glaciar que reinaba hace 36 000 años, el modo de vida de los cazadores auriñacienses de Europa dependía directamente de su capacidad para vivir de la abundante caza en las estepas y las tundras y para organizar su hábitat y su subsistencia en dichos parajes. Los inmensos rebaños de herbívoros constituían por tanto presas de excepción: renos, caballos y bisontes.
Hábitats y utensilios
Sabemos que el hábitat auriñaciense consistía en campamentos al aire libre o en refugios en abrigos rocosos o entradas de cuevas. El interior del hábitat se organizaba alrededor de hogares estructurados. Los lugares de ocupación se distinguen por sus abundantes vestigios líticos y óseos, así como por abundantes restos de colorantes (ocre rojo y manganeso) cuyo color sigue impregnando los sedimentos. En el norte de Europa, desde el valle del Danubio hasta la llanura rusa, se han hallado moradas construidas con abundantes esqueletos de mamuts.
Los utensilios de caza más conocidos son las puntas de azagayas de materia orgánica con base ahorquillada o romboide para adaptarla a un mango eficaz y otras armas arrojadizas de sílex. Estas últimas a veces son pequeñas puntas de proyectil semejantes a puntas de flecha y lascas delicadamente retocadas para obtener las muescas de las puntas compuestas.
Nomadismo y estacionalidad
La movilidad residencial de los auriñacienses estaba íntimamente relacionada con los desplazamientos estacionales de los rebaños de herbívoros. Sus técnicas de subsistencia reflejan esta movilidad a través de los desplazamientos de sílex y de las puntas de proyectiles que acompañan a los cazadores, así como en los adornos de conchas que encontramos abandonados lejos de las orillas de aquella época. Estos diferentes elementos, al ser desplazados en el espacio, son un testimonio fehaciente del nomadismo de las poblaciones del Paleolítico superior europeo.