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Jean-Jacques Salgon es doctor en ciencias físicas, catedrático de esta disciplina y escritor tanto de obras autobiográficas como de libros que giran alrededor de sus personajes favoritos (Basquiat, Toussaint Louverture). Vive en la región de Ardèche.

“Bajando por la galería de los Megaloceros, se llega a la sala del Fondo donde encontramos la gran escena de los leones. […] No estamos en un ruedo, no estamos en la arena de un circo, estamos en el cielo: son nebulosas, cometas, enanas blancas o supernovas que han tomado la figura animal y que se han esparcido por la pared. La propia roca, víctima de sus fluctuaciones cuánticas, parece pálida, jorobada, palpitante y ligera como el éter. Más pálida aún es esta vía láctea (parece ser que se raspó la roca unos diez metros antes de pintar) donde se representan esas cohortes estelares llamadas leones, bisontes, rinocerontes, mamuts o renos. Los leones abren y cierran la portentosa procesión que me recuerda al Entierro de Ornans de Courbet. Un bebé mamut en zapatillas, el hocico ennegrecido de un viejo bisonte, la línea dorsal de un rinoceronte, están a punto de ser aspirados por el vacío de la hornacina central. Por el otro lado ha pasado el peligro, y sin embargo hay pelea en el rebaño de rinocerontes, con esas barrigas panzudas y oscuras que, por virtud de esa mecánica celeste, han adquirido la transparencia y ligereza de una nebulosa. Parecen estar compuestos por esa famosa materia negra que nuestros astrofísicos no logran localizar. El perfil de uno de ellos parece rodeado por una especie de eco óptico que multiplica en franjas de interferencia el arco monumental de su cuerno y la línea ligeramente ondulante de su lomo. Y cuando la lámpara enfoca su luz en el centro de ese torbellino, apuntando al ojo del tifón, todo se detiene y se paraliza, un vacío se abre paso y vemos aparecer en una alcoba la silueta solitaria de un caballito de Przewalski, de crin y carrillos negros, hocico y belfo blancos, con la cola encorvada siguiendo la línea de la roca. De repente, esta modesta figura parece vibrar y resplandecer como si fuese una aparición”. 

Extraído de un texto publicado en Le Nouvel Observateur el 5 de enero de 2005 y del libro Grotte Chauvet – Impressions (con John Berger, Jean-Marc Elalouf, John Robinson), Ed. de l’Ibie, 2007.