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Estamos en 1940, a finales del verano. Nada incitaba entonces a desviar su atención de los acontecimientos dramáticos que marcaron este período. Con todo, en Dordoña, un gran descubrimiento arqueológico iba durante un tiempo a atraer todas las miradas.
A mitad de la cuesta de la colina que domina al sur la localidad de Montignac, se abría una fisura, entrada posible a un subterráneo que, según la leyenda local, debía conducir a la casa solariega de Lascaux. La primera tentativa de exploración de esta cavidad fue realizada por un joven aprendiz mecánico, Marcel Ravidat. A falta de medios más adaptados, tuvo que posponer esta operación. Cuatro días más tarde, el jueves 12 de septiembre, volvió de nuevo al lugar con otros tres jóvenes del municipio, Jacques Marsal, Georges Agnel y Simon Coencas. Se amplió el orificio de la anfractuosidad y Marcel se deslizó en una pequeña chimenea vertical. Tomó pie sobre un cono de desprendimientos que descendió hasta abajo. Los tres cómplices restantes se reunieron con él. A la luz de una lámpara fabricada a toda prisa, cruzaron una sala de una treintena de metros de longitud. Gracias a un estrechamiento de la galería percibieron las primeras pinturas del actual divertículo axial. Recorrieron así el conjunto de ramificaciones de la cavidad, las paredes revelando un fantástico bestiario. Fueron detenidos en su exploración por un agujero negro que se abría hacia otras prolongaciones de la cueva. Al día siguiente volvieron con una cuerda que desenrollaron en el orificio que se abría en el suelo. Marcel fue el primero que se aventuró en este pozo profundo de ocho metros. Al pie, descubrió la escena del hombre enfrentado al bisonte. Confiaron su aventura a su profesor, Léon Laval, quien a su vez descendió dentro de la cueva, el 18 de septiembre. El abad Henri Breuil, refugiado en la región, fue informado de este descubrimiento. Hizo un primer reconocimiento del yacimiento el 21 del mismo mes.