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Los acantilados del Perigord y sobre todo los del valle del río Vézère corresponden a los pisos geológicos del Coniaciense superior y de una parte del Santoniense inferior.
Dos fenómenos geológicos, relacionados con la disolución natural de la roca, han marcado profundamente este territorio, y originaron la formación de, por una parte, abrigos y, por otra, de cavernas.
La base de esta formación presenta un nivel muy poroso, lo que generó una disolución más intensa de la pared a través de la alternancia de las acciones del hielo y el deshielo. El resultado es la formación de una larga incisión subhorizontal de los acantilados, abrigos de los que el hombre se apropiará para residir. Está presente en toda la parte encajada del río Vézère. En cambio, desaparece en los afluentes, como la Beune, recubierta por depósitos holocenos de fondo de valle.
En lo más alto de este piso, se observó la presencia de un nivel muy carstificado, el cual dio origen a la formación de numerosas cavernas. Este nivel agrupa cerca del 85% de cavidades de la región, donde más de 400 cuevas han sido inventariadas. En el valle del río Vézère, estas cuevas se hallan ya colgadas del acantilado y difícilmente accesibles, ya desmanteladas por la erosión, características que explican las pocas cavidades contabilizadas. En cambio, en la zona del río Beune, afluente principal del río Vézère, el recorte de estos acantilados en escalones facilita el acceso a los distintos registros.
En el Perigord negro, la distribución original observada, de los yacimientos de hábitat por una parte, y de las cuevas ornadas por otra - dos conjuntos bien individualizados -, es fruto de la conjunción de hechos de origen esencialmente geológico, vinculados a la formación de los paisajes, a los procesos de erosión de los acantilados y de relleno de los fondos de valles.